jueves, 24 de noviembre de 2011

Historias Minimas-Cuentos del libro Fantaspolis-2011

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Lindo Gatito

Cruzó veloz, alterando la modorra de la siesta dominguera. Alborotó a los pájaros de picos abiertos y las lagartijas ocultas en las grietas, se camuflaron de verde.
Lo olvidé, evadiéndome en un sueño de cumbres nevadas. Un maullido, surgió desde el averno, devolviéndome a la tarde caliente de este enero impiadoso.
Lo vi reflejado en el espejo, blanco fantasma, de ojos acerados con el lomo curvado, las garras de sus patas de gárgola, clavadas, en el terciopelo azul de mi sillón preferido. Las fauces abiertas, exhalando su aliento de azufre.
Me cubrí la cara adivinando el ataque. La furia brotando desde sus entrañas. Olfatee la muerte. Me aturdió el silencio. Guiñapos manchados de rojo, colgaban de las ventanas que golpeaban desaforadas pidiendo socorro. Clausuré la casa. Me marché a otro pueblo. Olvidé las siestas.
Cuando en alguna esquina solitaria, un ronroneo anuncia al maligno, escapo me alcanza. Araña mis noches. Hurga en mis ojos. Aspira mi aliento.
Mastica mis las palabras, por eso ya no escribo. Solo espero…
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El Jardín de la Abuela

Hoy nos mudamos a la casa nueva, que es una casa vieja, allí vivía mi abuela. Ahora está muerta. No estoy triste, no la visitábamos. Mamá dice que era retorcida, papá no opina. Los dos dicen que nos conviene el cambio, es mejor que la nuestra. A mí no me preguntaron, no opino, tengo diez años.
Hubo pelea, todo por quien dormía en el cuarto de la muerta.
Aquí estoy. La cama es muy ancha. El ropero, parece un vagón de tren oscuro. Sin TV ni PC me aburro. Saltó en la cama, alto alcanzo el cielo. Ella salta conmigo, la cara vestida de risa, es parecida a mi muñeca preferida. La que esta rellena de alpiste. El farol de la calle parpadea. En la oscuridad veo bichitos de luz, son sus ojos.
Despierto. Mis padres salieron corriendo, se les hizo tarde. En la mesa de la cocina dejaron una nota.

No comas nada de lo que hay en las latas del segundo estante. Ya pedí la pizza, cuando la traigan, no quites la cadena de la puerta, ya está paga. Mirá la TV en el living y no revises los muebles, no sabemos que puede haber.

En el fondo de la casa hay un jardín. Una selva. Las plantas parecen amigos que se abrazan y cuchichean desde las raíces. La llovizna cae lenta, las ranas croan. Escucho risas.
Suena el teléfono, es mamá controlando.
-No abras…ta, ta, ta, ta…
Ufa, la llovizna es un diluvio, las nubes corren. Pasa un rosal.
Despacito abro el ropero, escucho una cigarra. Detrás, puede haber otro mundo, como en la película. Vestidos largos, un cofre de madera con collares de cuentas y una cajita de música. Alguien toca el piano.
Me pongo un vestido rosa y flores en el pelo. Hay perfume a limonero. Bailo y la abuela me toma de la mano, la veo en el espejo. Igual a mí. Es divertido y dulce. Dulces que encontré en el armario, ella se relame de gusto. Cuenta historias que le susurraron las plantas. Nos reímos, me abraza, es blandita como si no tuviera huesos.

Llegó mi madre, la escucho. Me llama. Grita desde el jardín.
Yo estoy pasándola bien, que espere.
Pide socorro, dice que las plantas no la sueltan. Escucho croar a las ranas. Croan. Croan.
Mamá es tan miedosa…

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Había Una Vez Un Pez


Martín, desde los 12 años, quiso ser dueño de un museo. Todo comenzó, con la visita al Museo de Arte Moderno.
Partimos, entusiasmados con el paseo en micro, con los cuadros y estatuas y todo lo que tienen esos lugares.
Yo, quedé marcado por el viaje, decidí ser chofer de larga distancia. Mi amigo quería un Museo propio.
Vivíamos en un pueblo costero, solitario, hasta en verano.
Nos entreteníamos haciendo castillos en la arena, aprendimos a nadar de tanto ver a los perros disfrutar de las olas. Los mayores, poco y nada se acercaban a la playa. Eran chacareros, pescaban en el arroyo.
Comenzaba el otoño, tiempo de bufanda a la orilla del mar encrespado. Martín, pegó el grito, mientras pasaba corriendo por la calle de tierra. Lo seguí, para zafar de los mandados.
En la arena gris, se levantaba destartalada una garita de bañero. Capricho del último Intendente, para juntar votos. No tuvimos bañeros ni bañistas. Ahora lucía un cartel de letras rojas: Museo de las Toscas. Algunos caracoles y restos de un supuesto naufragio eran sus posesiones. Pero me esperaba una sorpresa.
Protegido del viento, a un costado de la entrada, una figura extraña, que con solo verla, me paralizó. Corrí, la curiosidad me frenó.
Con esfuerzo, las branquias intentaban capturar el aire. Una enorme cabeza. Los dientes pequeños y afilados. Los ojos redondos, como botones marrones. Viscosos. La cabeza remataba en unas piernas largas cubiertas de algas. Martín quiso colocarlo bajo techo.
La tormenta se planto, de frente inesperada y furiosa. Nos dimos por vencidos, pero la pena nos ganó de mano. Lo arrastramos hasta el agua, reconozco que me daba un poco de asco, las piernas se escurrían de las manos. Gelatinosas muertas.
Los ojos redondos me turbaban. Martín insistía que era una sirena, yo nunca le pude ver el sexo.
Mucho no entendía de eso .Mi amigo siempre fue un adelantado.
En la oscuridad restalló un relámpago. Creímos ver una cabellera del color de las olas, pero el miedo te hace ver cualquier cosa.
Yo no volví a la playa, me enteré que él, pasaba los días plantado en la orilla, dibujando figuras en la arena.
Pasaron los años, se marchó a la ciudad. Siempre se comentó que estaba un poco loco. Yo, callaba.

Hoy, la casualidad me llevo a un bar. Suspendieron la salida del micro que manejo.
Como en todos los bares, la pantalla mostró temas culturales. Nunca un buen partido de futbol. Me sorprendí
Allí estaba Martín, alto y flaco, de barba rojiza, con anteojos de sol. Contestando con soltura las preguntas. Siempre tuvo labia.
El periodista decía:

-¿Cuando se inaugura la exposición, en el Museo de Arte moderno?
-El próximo sábado, cuando llegue mi familia.
-A los admiradores del arte de Martín Toscas, les brindamos un adelanto, es una de sus mejores obras. ¿Cómo ha llamado a esta pintura?
-Familia. Es mi familia.

Pegué un salto, volqué el pocillo de café sobre mis pantalones. El pánico, superó el dolor de la quemadura.
Allí estaban, una mujer de pelo azul, dos niños y Martín sin lentes.
Los cuatro con los ojos redondos como botones marrones. La mirada fija, ahogada. La garganta a punto de explotar, como si las branquias, pidiesen a gritos volver al mar.

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Cena de Fin de Año

Si no hubiese estado tan enojado. Pero quien supera una noche de mosquitos en plan de guerra y ventiladores de aspas caídas. Duchas secas, negándose a refrescar el cuerpo sudoroso agredido al máximo.
A pocas horas del año nuevo, como frutilla de la torta, no pude cargar nafta. Resultado, espero el colectivo, hace treinta minutos. Para colmo, el Negro Ramos se acerca.
-¿Qué pasó, te dejó a pie tu formula 1? No me digas nada, te fallo el motor. Los usados tienen sorpresas, por eso yo, por menos de un cero, no me arriesgo.
Ni trabajo tiene, como para un cero.
-¿Qué esperas, el 60?
-Que querés que te diga, vos te contestas solo.
-¿Viste la cola en el mercadito? Abrió a las 6, le llegó un cargamento temprano. Lechoncitos, blancos, comida para caníbales .Yo prefiero la carne de vaca, pero el corte de luz, le embromó la cámara.
-¿Y?
-Si me dejás hablar te explico. La carne de vaca ya la vendió. Le trajeron un camión de porcinos, los vende al precio del pollo.
-Si esperás el colectivo, despedíte, la ruta está cortada desde anoche. Un piquete. Nadie sabe como paso la carga el carnicero. Están buscando a los piqueteros. Presos no están. Quedaron las cubiertas quemadas.
-Se habrán ido. Quién hace un piquete a fin de año, con corte de luz y esos mosquitos carnívoros.
-No lo digas fuerte, a ver si los agarra el matarife. Espérame esta noche, voy a brindar.

Falté al trabajo.
-¿Qué hubieras hecho?
Ayude a mi madre a adobar el lechón, bastante grande, sin cabeza, porque mis hermanas se impresionan.
El barrio olfateaba brasas al rojo vivo. La gente recién bañada, el agua llegó caliente, arrastró la bronca del apagón y abrió el apetito. Sin comida abundante no hay fiesta. Que locura, te gastas en un día el presupuesto del mes. Pero hoy compramos barato. Alguna vez se nos tenía que dar.
Una brisa fresca se llevó el cansancio. Los mosquitos se espantaron con el humo. Amor y paz, fuegos artificiales, los chicos tirando cohetes, molestando a los perros. Estaba por armarse el baile cuando llegó el Negro Ramos.
-Feliz 2011.
Mi madre es buena vecina, recibe a todo el que llega con cariño y en las fiestas reparte abrazos.
-Comé Negrito, es un manjar este lechón.
-No doña gracias, yo comí pollito.
- Que te hace un poco más de comida, después brindas.
Las borracheras del Negro son famosas.

A las seis de la mañana, los vecinos se juntaron en la calle. Los que quedaban en pie.
El rumor crecía como levadura. Más de uno se descompuso.
-Se llevaron preso al carnicero.
-¿Qué?
-Sospechan que se cargó a los del piquete, lo vieron con el camión en la ruta.
-La policía lo agarró yendo para Pilar.
-El que lo denunció fue el Negro, con razón comió pollo.

El último que opinó se acordó de Aníbal Lester…

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De :Mario Benedetti