Viaje al silencio
Selló
la última caja, anotó con grandes letras: Vajilla de la Abuela.
Se
sentó en la mecedora frente ventanal que daba al jardín.
-Un
jardín en el fondo de la casa, es un paraíso personal, aseguraba Rosabel Casas,
mientras preparaba el chocolate, su abuela, siempre encontraba las palabras
justas. Mario corría mientras las lagartijas espiaban desde el muro, no
entendía lo del paraíso, era un niño feliz.
Pensó
que Laura llegaría en cualquier momento. El silencio envolvió la tarde y el sol
jugueteó con los cristales de la ventana dibujando arcoíris; todavía recuerda
cuando la pelota Nº 5 entró a la casa sembrando vidrios de colores sobre el
mosaico. Se dejó llevar por el ir y venir de los insectos que bordaban
filigranas en las hojas del tilo.
-Hola
querido al fin se terminaron los trámites. Estoy cansada, pero adiós a este viejo
caserón lleno de alimañas. Bienvenidos teatros cines, restaurant. ¿Pedimos
pizza? ¿Podes creer que no tienen rúcala?
Desea un plato de sopa
caliente con crus ton doraditos crocantes y una copa de vino tinto.
Ella se sienta enrosca
las piernas.
No le gustan las
rodillas. Le recuerdan dos cráneos que lo miran desafiantes.
-Mañana a las ocho
vienen del Cottolengo a llevarse los muebles. La porcelana la dejamos de paso
en la tienda de antigüedades. Que callado estás. El portero de nuestro edificio,
me dijo que a las diez, debemos dar por terminada la mudanza.
La luna espía curiosa,
mientras los sapos confabulan. Ella muerde una porción de pizza y no deja de
hablar. Mario recuerda las noches de invierno mientras preparaba sus exámenes y
la abuela le servía un tazón humeante de sopa.
-¿Dónde está el cheque
de la mudanza? Estas agotado.
Se acerca, estira los
brazos, él siempre le temió a los pulpos, los tentáculos oprimiéndolo, las
ventosas moradas absorbiéndolo. En ese momento muerde un crus ton dorado y olvida el presente.
-En la inmobiliaria me
dijeron que van a construir un súper mercado. No hablaste una palabra. Me voy a
dormir. ¿Vamos?
El silencio lo arrulla,
los aromas del jardín lo abrazan.
Se desconoce el paradero
del empresario Mario Casas, la última en verlo fue su novia. Hoy a las ocho de
la mañana, encontró al lado del sillón, que él ocupaba, un tazón de sopa y una
copa de vino que no vio durante la cena.
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