Borrando mí Regreso
Lunes,
día en que pago, todos mis pecados.
Recuerdo
algunos. Debería anotarlos. Le negué a mi vecina, una taza de azúcar, fingí
estar
enferma,
para no cenar en casa de mi suegra. Le negué a mi cuñada ayuda para su parcial.
Es
que
todos me acosan con pedidos, parecen pichones hambrientos. Mi marido contempla
escondido
detrás de su depresión. Hundido en el sillón. Con la barba crecida. En
pantuflas. Para
colmo
están gastadas en la punta donde asoman los calcetines negros que sujeta con
ligas, en las
pantorrillas
ralas
Por
mi trabajo de contadora, debo presentarme en los negocios de Liniers.
El
que camina por esas calles, sabe de lo que hablo. Un mundo maloliente y oscuro,
que se
adhiere
a la ropa, la traspasa y te marca la piel.
¿Dónde quedaron mis proyectos? En la facultad
me pavoneaba hablando de mi futuro. Con un
tío
político, me veía a los treinta ocupando un cargo cerca del Ministro de
Economía. Los medios dirían: La
ascendente y bella economista apoyó la ley…
Tiempo
atrás, llegaba a Capital, en mi coche.
Una vez cumplido los trámites, olvidaba el mal momento y volvía por la autopista,
a mi barrio arbolado, de calles prolijas.
Pertenecer
a ese espacio, me compensaban de los planes frustrados. Del tío no hablo. No
hay
nada
más patético que un político venido a menos, de trajes lustrosos y discursos
gastados.
La
mañana es gris y pegajosa, se mezclan los olores de fritura y vino áspero. Unos
metros más adelante, el olor a velas, de los puestos instalados frente a la Iglesia , se enroscan con
el del incienso, del negocio, que vende toda clase de amuletos y materiales
para embrujos. Que alguien me diga, que vela encender, que santo invocar, para
librarme de mi infortunio.
Ya
cumplí mi penitencia con una sonrisa, no es cosa de perder los pocos clientes
que me quedan. Ellos, de miradas pétreas, gestos lentos, sonríen poco, lo
suficiente para que vea brillar un diente de oro, entre los labios gruesos,
húmedos.
Condescendientes,
me oprimen la mano, la sacuden .Son mis patrones.
Yo
me marcho con mi título bajo el brazo, rogando que no llegue un sobrino, hijo o
pariente, con un titulo sin arrugas, que lo amerite a llevar las cuentas, o a
ser Ministro de Economía
Tomo
impulso. Sujeto mi maletín como el bien más preciado, debo sortear media cuadra
y llegar a la parada del colectivo. Me preparo para la embestida.
Volver
a casa, será el premio consuelo.
Olvidaré
por unas horas la venta del coche. La crisis. El cierre de la empresa, en que
mi marido, trabajó 20 años. Ahora padece del síndrome de Gerente General en
desuso.
Libre.
Pagas, por treinta días, mis pequeñas miserias. Prometeré, mientras me sacudo
en el asiento, ser cordial con mi vecina, alabar, la comida de mi suegra.
Ayudar a mi cuñada a lograr su Licenciatura, a los cuarenta, después de criar
tres hijos.
Esquivo
a los anónimos que intentan como yo, huir de otros anónimos. Forastera, en esas
veredas trajinadas. Pálida y gris, en un carnaval sin sonrisas, de vestimentas
coloridas, de etiquetas falsas, colgadas en perchas a los lados de la acera, en
espera del que quiera comprar un espejismo. Un mundo adulterado.
La
multitud, ansiosa, me atropella para tomar el próximo colectivo. Cuando suban
veinte o treinta personas, será mi turno. Olvidaré que existe este lugar.
Una
mano se agita frente a mis ojos. Quedo atrapada en un reflejo que me acecha,
entre linternas y flores de tela que nunca florecieron. La mano me busca, las
uñas sucias, rotas quieren aferrarme. La enfrento, ropas andrajosas, pelo
apelmazado, en la cara, líneas como tajos. La mirada asustada, incrédula, los
anteojos sin cristales, cabalgando en la nariz. Un lunar, en forma de cereza
pequeña, sobre el labio superior. Mi lunar. Mi cara.
Todo
es oscuro, me pierdo en la nada. Más allá, baldosas rotas. Pisadas, que se van,
borrando mi regreso.
Extiendo
la mano, con desgano alguien, deja caer una moneda.
En
las paredes, los carteles anuncian:
Llegó su salvación,
únase al milagro de la Iglesia de…
Prestamos en el
acto…
Resaltado
con marcador rojo, sexo para todos, llame al…
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