Onírico
Por Dolores Fernández
Por mi cuerpo, se deslizan, diminutas mujeres bellas. Corren
por el cuello erizando los vellos, juegan
detrás de mis orejas. Besan la comisura de mis labios. Se enredan en el bosque
del pecho. Retozan audaces. Galopan sobre mí. Escalan, con sus pies pequeñitos.
Los dedos, como pétalos, se pegan en cada poro.
Despierto. Soy el mismo de siempre.
Divorciado, treinta y ocho años. Duermo en un diván. Tránsito
un síndrome de abstinencia y mi osamenta, cruje cada mañana.
Si creen, que los solitarios, vivimos en la Isla de Eros, les aseguro que es una
burda mentira.
Para calmar mi congoja, recurro a la memoria e intento
relacionarme con amigos del pasado.
Hoy recibí una invitación:
Ex alumnos del Colegio Juan Perales, lo invitan a participar en la cena
que se ofrecerá con motivo de las Bodas de Oro de la institución
Acepté.
Investigué durante horas, busqué fotos, visité a mi
madre en busca de datos. No quería, llegar a la cena, como un anónimo.
Me salvó Teresa, que me envió una foto vía mail.
¿Quien es Teresa?
La de la derecha. ¿Su derecha o la mía?
Los varones de pie, las niñas sentadas, alrededor, de
una profesora de rostro borroso.
Yo no estoy en la foto
A punto de cerrar mi correo, algo me atrapó.
En mi estado actual, enredado en sueños lujuriosos. Famélico.
Debería atraparme, una imagen curvilínea, exuberante.
Error. Es un pie delgado, de arco perfecto, aflorando
debajo de una falda.
Una ola de calor, azota mis hormonas.
La imagen, que refleja mi espejo, me congeló. Medias
negras. Camisa rosa y corbata al tono. Un ridículo, haciendo cosas, de
adolescente.
No debo olvidar el pantalón.
Llegué al colegio, repartí abrazos y besos, a
desconocidos, que no me reconocen.
Teresa se presentó con entusiasmo, era la de mi derecha.
Escapé, con el pretexto de recorrer las aulas.
¿Dónde está el niño que fui?
Mi olfato, reencontró al pasado. Olor a panchos y
sudor juvenil. Un tumulto de chicos gritan, mientras corren hacia el patio.
-Flaco, busca,
a la Profe para
la foto. Está en la sala de profesores
Ya nadie me llama así.
Ceñida por la media luz que filtran las persianas.
Suspendida en el tiempo, en mi instinto. Apoyada en la silla, anudando la cinta
de la sandalia, que sube, por la torneada pantorrilla. Los dedos escapando del
calzado, las uñas sonrosadas.
Fueron segundos, el calor subió por mi entrepierna se
paralizó en el centro. Explotó como lava ardiente. Como un tornado, me empujó a
un rincón del patio.
Fuera de la foto.
Confundido como hoy, atesorando el gozo prohibido. Ocultándolo,
saboreándolo.
Muy bueno, Dolores, un gran saludo!!!
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