viernes, 15 de julio de 2011

Historias Mínimas

El Pecado de existir


Por Dolores Fernández

Malala, entra en la cocina, llevándose por delante el bolso cargado de comestibles. El pelo revuelto, el maquillaje corrido formando surcos pegajosos y oscuros que terminaban en la boca amarga. Es domingo. No sale de su cuarto, permanecerá tirada en la cama, hasta que no queden vestigios de la pájara nocturna alcohol y otras yerbas. Hoy, domingo, la madre la levanta a los gritos
-¿Qué haces? A vos te hablo, anda a bañarte, oles a esa porquería que fumas.
-Ma
-Qué ma ni ma, viene tu hermano a comer.
¿Y?
-Tu cuñada se digno acompañarlo y no voy a pasar vergüenza.
-¿Por?
Que pregunta Si tu padre viviese. No, no digas nada el pobre, tomaba unas copas los domingos. Yo pecador me confieso…
Pero a vos ¿qué te falta? Te pegas a toda la basura

El agua arrastra la resaca, Malala va desapareciendo con los charcos oscuros.
El espejo la mira, impúdico, recorre la piel blanca e inocente cubierta de marcas. Es una niña doblegada. Es una mujer sometida, sus noches son violentas, ella provoca.
Yo pecador me confieso…
Le duele la vida
Su madre le duele.
No hace mucho, cuando no era Malala, le peinaba el pelo azabache, contaba historias de príncipes y princesas tristes, le prometía un futuro feliz.
¿Cuánto hace que no la abraza? Perdieron los abrazos, en el último adiós a la caja de madera con manijas de bronce.

La muerte se encargó de su padre y lo convirtió en santo, no le faltan velas, los primeros jazmines, son para su altar. Absuelto de culpa y cargo. Canonizado por una viuda cobarde.
Malala es la llaga que carcome la carne, la que se oculta detrás de la máscara.

Debe estar limpia y pura para el almuerzo en familia.
¿Familia?
El hermano contará sus logros, se asomara a la ventana, abrazará a su mujer, y con el brazo libre señalará el coche, rojo, rojo sangre, reluciente.
Se volverán apenas para mirarla, pequeña y frágil. Huérfana.
Preguntarán
-¿Para cuándo el título?
No esperarán respuesta, sus bocas devoraran, la carne tierna, sazonada. Se relamerán de gusto, olvidaran la pregunta. No esperaran respuesta.
Beberán vino después de apreciar el color y el bouquet.

Le duelen las entrañas, siente como desgarran su cuerpo. No esperará la noche para perderse en tenebrosos laberintos. Es culpable.
Tibia y roja atraviesa el espejo. Fría y blanca esperará la absolución.

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