lunes, 21 de abril de 2014


Mañana de Domingo

Dudo. Las mesitas de la acera me tientan. Los domingos por la mañana la
Avenida está desierta. Algún viejo maniático saca a pasear el perro. Yo no tengo perro saqué a pasear un libro y compañía. Desayunaré en familia.  Las nubes anuncian tormenta y de las bravas. Ocupamos una mesa en el sector de fumadores, no importan las protestas, es domingo. Me place estirar las piernas debajo de la mesa.
-¿Qué haces?
- Enciendo la pipa.
Sigo el ritmo de una melodía que gira en mi cabeza. Mi mujer odia ese tamborileo de los dedos. La pone nerviosa. Del otro lado de la ventana. Casi en mi mesa la cara bonita de una joven me observa. El cabello desparejo con mechas de colores. Mastica sin parar, adicta al chicle.
Me mira burlona, en ese momento estalla el globo rosa. Que se pega en sus labios  y en la punta de la nariz. Retira cada partícula lentamente. Estira. La vuelve a la boca 
Me turbo.
-Puede ser tu nieta-
No tengo hijas, no tengo nietas. No hago nada malo con mirarla. Es tan joven. Vital. Casi un cachorro.
Las gotas gordas caen en la Avenida. Entre las ramas de los árboles los  relámpagos atacan.
Ya no está en la mesa. Entra corriendo pegado el celular a la oreja .Como si fuese una caracola que trae noticias del mar. Queda una sola mesa libre. Dos mujeres corren a ocuparla. No se detiene. Arrastra la cartera gigantesca, hace un gesto gracioso  apenas si escucho lo que dice.
 - ¿Puedo?  
 -Si, por favor-  Quiero hacerme el caballero retirando la silla pero antes de que lo intente está sentada frente a mí. Estira su cuerpo como un gato. Debajo de la mesa las piernas largas calzadas en Jean, me encuentran. Rozan mi pantalón. Los pies casi desnudos, las uñas coloradas.
-¿Que se va a servir? -dice el mozo con voz engolada. 
- Un submarino con dos barritas.
El mozo me hace un guiño
- Lo de siempre - 
La bonita ha subido mis acciones. Bebe el submarino con deleite. No sin antes pegar el chicle en el borde de la mesa. Huele rico, a pesar de que no se ha lavado la cara y quizá  no haya dormido. Me abrigo en su aroma. Me inquieta, chocolate y  musgo. Habla con la caracola pegada a la oreja, frunce la nariz, se enoja reclama.
- Me dejaste plantada.
 El Jean sigue rozando mis pantalones de verano.
-Cómo puede hablar, tomar, fumar al mismo tiempo. ¿Me escuchas?
Las mujeres miran molestas se quejan:
- No se puede fumar-.
 Les señalo el cartel  que dice “Fumadores” Enrojecen. Tienen nuestra edad. No soportan que las contradigan. La bonita clava los ojos en el libro.
-¿Que lees? Le muestro el titulo. Junta los dedos y los agita. No quiero hablar de libros con ella. No quiero hablar. Vuelve la caracola a la oreja de la que cuelga un aro que se pierde en el cuello.
- ¿Te estás burlando? - Fastidiada  tira el celular en la cartera, se mordisquea los labios, arruga la frente. Quiero consolarla, sentirla, borrar el enojo. Refugiarla.
Piel viva, curvas lánguidas casi invisibles. Esta a mi lado tibia. Deseo que desenrede mi barba con sus dedos chiquitos que huelen a goma de mascar. Suspira. El sonido de la lluvia  y el leve murmullo de su respiración  desaparecen.
Parado al lado de la mesa. Mojado, huraño un muchacho me ignora. Habla con furia.
- ¿Que haces?- Aprieta los puños. Ella  le explota un globo color rosa contra la mano cerrada. Lo despega y lo vuelve a la boca. Él la besa. Le prende la cintura, desliza la mano con audacia hacia la curva  cálida.
-¿Que te pasa, te quedaste dormido?



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