Mañana de
Domingo
Dudo. Las mesitas de la acera me
tientan. Los domingos por la mañana la
Avenida está desierta. Algún viejo
maniático saca a pasear el perro. Yo no tengo perro saqué a pasear un libro y compañía.
Desayunaré en familia. Las nubes
anuncian tormenta y de las bravas. Ocupamos una mesa en el sector de fumadores, no
importan las protestas, es domingo. Me place estirar las piernas debajo de la mesa.
-¿Qué haces?
- Enciendo la pipa.
Sigo el ritmo de una melodía que gira en
mi cabeza. Mi mujer odia ese tamborileo de los dedos. La pone nerviosa. Del
otro lado de la ventana. Casi en mi mesa la cara bonita de una joven me
observa. El cabello
desparejo con mechas de colores. Mastica sin parar, adicta al chicle.
Me mira burlona, en ese momento estalla
el globo rosa. Que se pega en sus labios y en la punta de la nariz.
Retira cada partícula lentamente. Estira. La vuelve a la boca
Me turbo.
-Puede ser tu nieta-
No tengo hijas, no tengo nietas.
No hago nada malo con mirarla. Es tan
joven. Vital. Casi un cachorro.
Las gotas gordas caen en la Avenida. Entre las
ramas de los árboles los relámpagos atacan.
Ya no está en la mesa. Entra corriendo
pegado el celular a la oreja .Como si fuese una caracola que trae noticias del
mar. Queda una sola mesa
libre. Dos mujeres corren a ocuparla. No se detiene. Arrastra la cartera
gigantesca, hace un gesto gracioso apenas si escucho lo que dice.
- ¿Puedo?
-Si, por favor- Quiero
hacerme el caballero retirando la silla pero antes de que lo intente está
sentada frente a mí. Estira
su cuerpo como un gato. Debajo de la mesa las piernas largas calzadas
en Jean, me encuentran. Rozan mi pantalón. Los pies casi desnudos, las
uñas coloradas.
-¿Que se va a servir? -dice el mozo con
voz engolada.
- Un submarino con dos barritas.
El mozo me hace un guiño
- Lo de siempre
-
La bonita ha subido mis acciones. Bebe el submarino con deleite. No sin antes pegar el
chicle en el borde de la mesa. Huele rico, a pesar de que no se ha lavado
la cara y quizá no haya dormido. Me abrigo en su aroma. Me inquieta, chocolate y
musgo. Habla con la
caracola pegada a la oreja, frunce la nariz, se enoja reclama.
- Me dejaste plantada.
El Jean sigue rozando mis pantalones de
verano.
-Cómo puede hablar, tomar, fumar al
mismo tiempo. ¿Me escuchas?
Las mujeres miran molestas se quejan:
- No se puede fumar-.
Les señalo el cartel que dice
“Fumadores” Enrojecen. Tienen nuestra edad. No soportan que las contradigan. La
bonita clava los ojos en el libro.
-¿Que lees? Le muestro el titulo. Junta los
dedos y los agita. No quiero hablar de libros con ella. No quiero hablar.
Vuelve la caracola a la oreja de la que
cuelga un aro que se pierde en el cuello.
- ¿Te estás burlando? -
Fastidiada tira el celular en la
cartera, se mordisquea los labios, arruga la frente. Quiero consolarla,
sentirla, borrar el enojo. Refugiarla.
Piel viva, curvas lánguidas casi
invisibles. Esta a mi lado tibia. Deseo que desenrede mi barba con sus dedos chiquitos que huelen
a goma de mascar. Suspira. El sonido de la lluvia y el leve murmullo de su
respiración desaparecen.
Parado al lado de la mesa. Mojado,
huraño un muchacho me ignora. Habla con furia.
- ¿Que haces?- Aprieta los puños.
Ella le explota un globo color
rosa contra la mano cerrada. Lo despega y lo vuelve a la boca. Él la besa.
Le prende la cintura, desliza la mano
con audacia hacia la curva cálida.
-¿Que te pasa, te quedaste dormido?
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