martes, 24 de mayo de 2011

Historias Mínimas

La Noche.

Por Dolores Fernández.

Suelto mi cabellera renegrida, ajusto la pollera a mi breve cintura. La blusa de satén resbala sensual sobre mi cuerpo.
Ha llegado la hora. No importa si me adorno de estrellas o los rayos me atraviesan.
Es el tiempo de los misterios. De los amantes, de los que sueñan.
Los secretos recorrerán las calles, un nostálgico se quedará perdido en los recuerdos, algún borracho afirmará que le traigo tristezas.
Yo soy así. Una noche diferente según me lo demanden, Tanguera para unos, rockera para otros. Mi hombro está dispuesto para que lloren penas o los arropo para que tengan buenos sueños. Regalo pasiones tempestuosas, amores prohibidos, solitarias fantasías.
Pero no todo es glamour en mi camino. Por las calles del centro, tienden su cama de cartones los cirujas de siempre. El que perdió su casa, el que añora el abrazo de su madre.
Entre mis sombras se esconde la fiera agazapada, la que hiere. Roba. Mata.
La que oculta en las sombras, busca su víctima indefensa. Por eso algunas noches me emborracho con champaña o vino de cajita, según, como se presente la ocasión.
Recorriendo las calles, me cruzo con tristes mariposas nocturnas que en unas horas, calcinará el sol.
Cuando ya he caminado del bajo al alto, del fango a los fastuosos jardines de los ricos. Regreso. Después de ayudar a nacer y ayudar a morir. Secándole una lágrima al insomne. Acompaño al laburante que abandona la cama, dejando remotas quimeras prendidas en la almohada.
Sólo me queda tiempo para saludar a los últimos noctámbulos y soplarles las plumas a los pocos gallos que han quedado en Buenos Aires.
Apuro a Nosferatu que se distrae en un blanco y dócil cuello, dejo de lado a la luna y las estrellas o a una loca tormenta y espero a mi amor imposible que es el día.

Historias Mínimas

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