viernes, 6 de diciembre de 2013

addurra
SUPLEMENTO
DE LA MUJER
ENERO/FEBRERO 2014
“Como Agua para
Chocolate”… y yo
Confieso que el título me sedujo.
El chocolate es una de mis
debilidades. Otra, perseguir
aromas que recuerdan momentos de mi
vida.
Es fácil deducir que al abrir el libro
de Laura Esquivel ingresé a un mundo
mágico. Tita, la protagonista, nace en la
cocina, rodeada de ollas que borbotean
sobre el fuego, en un ámbito de olores
apetitosos. Cuando Tita nació, sus lágrimas
inundaron la cocina y dejaron huellas.
Me sorprendió al principio la idea
de la autora, pero luego comprendí.
La madre no podía contener esa criatura
apasionada, destinada a una vida de
renunciamientos y entregas. Ese espacio,
fue el vientre, donde la vida de Tita
transcurrió entre quimeras y realidades,
sin los límites que imponía su madre.
Nacha, la cocinera, fue su hada
madrina, guiándola en el arte de la gastronomía
e incluso después de morir se
hace presente para ayudarla en sus
momentos de tristeza.
Mujeres áridas las del tiempo de
Elena, la madre, devoradora y autoritaria,
manejando el destino de quienes
formaban su familia o estaban a su servicio.
Prohibía las pasiones, pero en su
interior ocultaba las propias. Tita, cenicienta
de cuento de hadas con un príncipe
inalcanzable que sólo abrazará en
un hipotético paraíso.
Mujeres & Gastronomía
Es innegable que los aromas de la cocina
o de la huerta nos trasladan a
momentos gratos o no tanto. Podemos
comparar nuestras experiencias con algunos
hechos de la novela. Trasladándola a
nuestra época, tiempo de mujeres liberadas,
muy lejos de Piedras Negras, nos
separan 100 años de historia.
En mi caso, cada vez que cocino zapallitos
rellenos no puedo olvidar mis
comienzos de ama de casa. En mis
manos, la bandeja humeante, conteniendo
mi creación culinaria que, en
segundos, estalló en el piso. Los invitados,
sentados a mi mesa, me observaban
con gestos de jurado implacable. No me
ofrecieron consuelo. ¡Juro que quise
evaporarme!
He pasado parte de mi vida cocinando
y muchas veces quise preparar codornices
con pétalos de rosas o una torta
regada de lágrimas para que los comensales
compartieran mis sentimientos. La
comida puede ser un mensaje de amor o
de odio, no es casualidad que se queme
lo que cocinás o que la sal te juegue en
contra y estropee ese rico estofado –del
que te vanagloriás– justo ese día en que
los comensales no te caen muy bien. La
sal te traiciona.
En este tiempo que vivimos, por
momentos, nos sacudimos la “pesada
carga” de alimentar a la familia. Es simple:
sin abrir la heladera, con un simple llamado,
la cena llega a tu puerta. Confieso que
luego de hacerlo me siento un poco culpable.
No encendí un fósforo, mi cocina –
desangelada– se siente inútil, ninguna voz
amada dice “¡Que olorcito!”… Abismos
nos separan de estas comodidades y los
tiempos de Tita y sus devenires gastronómico-
sentimentales.
Me he preguntado muchas veces: ¿por
qué la autora eligió ese título para la
novela? Será porque el chocolate es tentador
en todas sus presentaciones, se
derrite en la boca, sensual, sabroso.
Perfuma el espacio cuando se derrite y
cae cadencioso sobre un postre. Es el
título perfecto para una historia donde
anidan las metáforas.
Pasaron muchos años desde que la leí
y olvidé muchos detalles pero, como la
primera vez, quedé prisionera de la magia
de cada una de sus páginas. Me fastidiaron
los mismos personajes y amé, como
entonces, a los apasionados que se jugaron
por sus sentimientos. L
Dolores Fernández

Autora

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