martes, 31 de enero de 2012

Historias Mínimas

Los Galván.

El crujir de la silla le avisa a la mujer de Galván, que él ha llegado.
Todas las mañanas se apresura para ir al trabajo, con tal de no verlo.
Él, con los ojos enrojecidos, se despatarra en la silla, que apenas soporta su peso.
Piensa en la mujer. ¿Dónde había quedado esa muchacha con la que se casó? Redondita, de cabello largo y renegrido. Ese esqueleto rubio pretende ser su mujer. Es un decir. Hace años que ella se puso una armadura y no lo deja acercarse.
Galván se rasca con deleite. Desde hace unos años trabaja por las noches.
El pretexto, que es un hombre de absoluta confianza. Él sabe que los kilos de más le jugaron en contra. El cambio de horario, terminó con los últimos chispazos de aquel fuego, que antaño ardió en su matrimonio
No faltaron mujeres, pero todas corren detrás de la exclusiva. Encontró en el vino la mejor compañía.
La mujer espera el tren de las ocho y cinco. Allí comienza la caza del hombre perfecto. El opuesto a Galván. Cuando se casó él era un novio enamorado, delgado como un junco. Mirada soñadora. La pareja ideal con los brazos colmados de flores. Sus caricias la volvían loca.
Sube al tren. Busca alrededor. Las fosas nasales palpitantes, la boca entreabierta. Atenta a la presa. Quizá el joven rubio de ojos azules. El moreno de brazos hercúleos o el distinguido señor de barba entrecana y pipa apretada entre los dientes.

La mujer de Galván elige el mejor camisón. Ya ordenó el desorden, que él dejó. Borró el olor. Su paso por la casa.
Ya esta lista para cumplir el sueño. Siente la húmeda caricia, el temblor que anuncia la explosión de todos sus sentidos.
Suena el teléfono. La turba. Duda, entre consumar la fantasía o acudir al llamado. A disgusto se levanta de la cama.

Galván está internado.
Entre tubos y aparatos. El enorme abdomen sube y baja.
Uno, dos, tres días. La mujer no duerme.
Todo ha terminado. Es hora de disfrutar la vida.
La viuda sufre de insomnio. Cuenta corderos, deja la mente en blanco.

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Unas veces me siento/ como pobre colina/ y otras como montaña de cumbres repetidas/ unas veces me siento /como un acantilado /y otras como un cielo /azul pero lejano...

De :Mario Benedetti